La queja, en su esencia, es una expresión verbal o no verbal de insatisfacción, descontento o percepción de injusticia ante una situación, persona o evento. Desde tiempos antiguos, ha sido parte integral de la interacción humana, sirviendo como mecanismo de comunicación, catarsis emocional y, en algunos casos, catalizador de cambio social. Sin embargo, no todas las quejas son iguales; su naturaleza, frecuencia y propósito determinan si se convierten en un hábito constructivo o destructivo.
La Queja Recurrente y Continua: Insatisfacción Crónica
La queja recurrente y continua se refiere a un comportamiento habitual donde el individuo expresa descontento de manera repetitiva y persistente (y en ocasiones dramáticamente), sin que ello conduzca necesariamente a una resolución.
Este tipo de queja no es un evento aislado, sino un ciclo que se repite en diversos contextos: el trabajo, las relaciones personales, la política o incluso el clima diario. Psicológicamente, se asocia con rumiación cognitiva (pensamientos negativos recurrentes), donde la mente se enfoca obsesivamente en problemas sin avanzar hacia soluciones.
La recurrencia transforma la queja en un hábito automático, reforzado por el refuerzo negativo (alivio temporal al verbalizarlo) pero sin acción correctiva. Desde una perspectiva neurocientífica, esto activa repetidamente el sistema límbico y las respuestas emocionales y conductas ineficientes que contribuyen al estrés crónico. A la infelicidad.
En el ámbito social, la queja recurrente puede contagiarse, creando entornos tóxicos: un equipo con quejas continuas sobre la gerencia puede fomentar un clima de desmotivación, reduciendo la productividad.
Filosóficamente, Epicuro advertía contra la insatisfacción perpetua, argumentando que el placer verdadero surge de la moderación y la aceptación, no de la queja incesante. Sin embargo, en sociedades modernas hiperconectadas, las redes sociales amplifican esta recurrencia: un tuit de queja puede generar eco infinito, perpetuando el ciclo sin resolución real.
La queja continua también tiene raíces culturales. En culturas colectivistas, como algunas latinoamericanas, la queja puede servir como vínculo social (“compartir penas une”), pero cuando se vuelve crónica, erosiona la resiliencia individual: las personas con patrones de queja recurrente reportan niveles más altos de ansiedad y menor satisfacción vital, ya que el enfoque constante en lo negativo sesga la percepción de la realidad, ignorando aspectos positivos.
La Negatividad: El Sustrato Emocional de la Queja
La negatividad recurrente es el telón de fondo emocional que alimenta la queja recurrente. Se manifiesta como una predisposición persistente a interpretar eventos de manera pesimista, enfocándose en defectos, riesgos y fallas en lugar de oportunidades o fortalezas. En el modelo cognitivo, esto se describe como “distorsiones cognitivas”, como el filtrado negativo (ignorar lo positivo) o la sobregeneralización (un error se convierte en “todo me sale mal”).
Esta negatividad no es innata en todos; a los factores genéticos y el temperamento (la base heredable de la personalidad) se le suman las experiencias tempranas y el entorno. Por ejemplo, un niño criado en un hogar donde los padres se quejan constantemente aprende este patrón por modelado social; además, para pertenecer a este Orden Sectario sin conflictos, se espera que el niño siga el mismo patrón familiar.
En adultos, la negatividad recurrente puede exacerbarse por traumas no resueltos o estrés acumulado, llevando a un “sesgo de confirmación” donde solo se perciben evidencias que validan la visión negativa.
El cerebro humano está cableado para priorizar lo negativo como mecanismo de supervivencia, pero en la era moderna, esto se convierte en un lastre cuando es recurrente. Las respuestas neurológicas negativas, “desagradables”, ocupan grandes áreas centrales y periféricas mientras que las placenteras involucran áreas mucho menores y enmuchos casos respuestas inhibitorias.
Socialmente, la negatividad recurrente erosiona relaciones. En contextos globales, como durante pandemias o crisis económicas, esta negatividad se amplifica, generando movimientos de descontento masivo, pero sin dirección constructiva, puede derivar en apatía colectiva.
La Queja Útil: Un Instrumento de Cambio.
No toda queja es destructiva; la queja útil es aquella que sirve como catalizador para la acción y el mejora. Se caracteriza por ser específica, orientada a soluciones y temporal: se expresa con el fin de identificar un problema y buscar remedios, “una forma de optimismo aprendido”, donde la insatisfacción motiva el esfuerzo.
Por ejemplo, en el activismo social, la queja útil ha impulsado cambios históricos como los obtenidos por Martin Luther King o Gandhi.
Psicológicamente, la queja útil activa la corteza prefrontal, asociada con la planificación y el control ejecutivo, en contraste con la queja recurrente que se ancla en emociones límbicas arcáicas y poco racionadas.
Culturalmente, en sociedades como la japonesa, la “kaizen” (mejora continua) incorpora quejas útiles como parte del proceso productivo, donde los empleados reportan ineficiencias para optimizar sistemas. La clave está en el framing: una queja útil incluye “qué”, “por qué” y “cómo resolver”, transformando la negatividad en energía proactiva.
La Queja Inútil: El Desperdicio Emocional.
En oposición, la queja inútil es aquella que no busca resolución, sino solo ventilación emocional repetitiva, sin impacto positivo. Es vaga, generalizada y crónica, sirviendo como escape temporal pero perpetuando el problema, limitando la creatividad y el bienestar y el aislamiento social potencial (los Nube Negra)
Señor, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el coraje para cambiar las que sí puedo, y la sabiduría para reconocer la diferencia
Filosóficamente, Nietzsche criticaba esta queja como “resentimiento”, un veneno que debilita al individuo al enfocarse en culpar externos en lugar de asumir responsabilidad. En términos de salud, la queja inútil correlaciona con somatización: dolores crónicos, insomnio y depresión, ya que el estrés no se libera constructivamente.
Queja y la Victimización: Un Ciclo Vicioso
La victimización es la percepción persistente de ser víctima de circunstancias, personas o sistemas, a menudo acompañada de impotencia aprendida (Seligman). La queja, particularmente la recurrente e inútil, refuerza esta victimización al mantener al individuo en un rol pasivo: “El mundo me debe, pero no puedo cambiarlo”.
Esta relación es bidireccional. La victimización genera quejas como mecanismo de defensa (externalizar culpa), mientras que la queja continua solidifica la identidad de víctima. Frankl, sobreviviente del Holocausto, argumenta que incluso en adversidad extrema, la actitud (no victimizarse) determina el significado vital. Quienes se quejan crónicamente victimizándose pierden su sentido de responsabilidad individual concluyendo que todo es culpa de otros para aliviar la ansiedad de la impotencia autoimpuesta.
En psicología social, esto se ve en fenómenos como el “síndrome de la víctima eterna” en conflictos étnicos o políticos, donde quejas históricas perpetúan divisiones sin reconciliación. En lo personal, una persona victimizada por un despido laboral o falla en los estudios podría quejarse indefinidamente, en lugar de buscar nuevas oportunidades, prolongando su sufrimiento.
Romper este ciclo requiere autoconciencia: mindfulness (Kabat-Zinn) para observar quejas sin identificarse con ellas, y empoderamiento mediante acciones pequeñas. Estudios muestran que intervenciones como la terapia de aceptación y compromiso (ACT) reducen la victimización al reorientar quejas hacia valores personales.
La Quejadera
La queja recurrente y continua, alimentada por negatividad recurrente, puede ser destructiva si se manifiesta como queja inútil, perpetuando victimización y malestar.
En un mundo saturado eventos negativos —injusticias, desigualdad, incertidumbre—, cultivar quejas útiles (interpretaciones imparciales sobre nuestro mundo), fomenta la resiliencia yel bienestar individual: excelente herramienta de empoderamiento y cambio.
La clave reside en la conciencia: reconocer patrones, cuestionar propósitos y redirigir energías hacia soluciones.